lunes, 16 de mayo de 2011

Cuando quiero volver a la infancia tomo matecocido –sí, todo junto-. Me siento y dejo que la taza enorme –“de huérfano”, diría Mercedes- comience la magia del aroma que asciende escondiéndose en el humo.
Entonces llega mi abuela, mis tíos, mis primas y es un cocoliche de fantasmas entre vivos y muertos.
Juego a la generala, al ta te ti y a la canasta, escucho arpas celtas y el ladrido de ese perro fastidioso que me odia y es recíproco. Tengo el pelo largo y un saquito rosa, de banlon, que debo calzarme si quiero salir a jugar al patio hasta que se me pelen las rodillas, porque los juegos en el patio no son acinéticos como la canasta.
La ventana de un dormitorio se vuelve bazar y la del otro una farmacia donde los remedios verdaderos están en sus cajitas y jamás se nos ocurriría abrirlas sólo porque nos han dicho “jueguen pero nos las abran”. Así, tan simple.
El ropero mayor es el mayor escondite, las baldosas de colores una rayuela y nos reímos a carcajadas porque la tía más joven llegó luciendo pestañas postizas. Estrena Fairlane, también y nuevo novio. De dónde vendrá pregunta Silvina. Nadie sabe.
El comino invadió la casa como una inundación invisible; las empanadas están listas; llueve, alguien pone un balde debajo de la gotera.
El matecocido ya se terminó.






3 comentarios:

  1. Espero que hayan salido buenas las empanadas, como para motivar el reencuentro.
    Dar un mordisco y encontrarase con algo soso, seco y sin sustancia es algo que ni un vaso de vino parece mejorar.

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  2. Qué sabrosa manera de viajar a otros tiempos!

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  3. yo viaje con vos mientras leía. HERMOSO!

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Pegame y decime Marta