viernes, 20 de mayo de 2011

El piano de tu cuerpo –todo- olía a menta. De arriba abajo y de este a oeste. Mis manos también –después de cada concierto-. Muchas veces con ellas hice una carpa en la nariz, no sé si para recordarte, para mantenerte, para volver a vivirte. Otras –muy pocas-, las froté con tanta dedicación como locura, quizá para sosegarme, para desaparecerte, para recomenzar.
Hoy el concierto tuvo más palabras que menta, y, sin embargo, mis manos huelen igual. Qué cosa rara que es tu compañía.

1 comentario:

  1. El juego sin regla de los recuerdos es así, te asalta cuando menos lo esperas, o cuando más lo necesitas...

    Saludos

    J.

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Pegame y decime Marta